miércoles, 27 de enero de 2010

Cesarión

Konstantinos Kavafis

En parte para verificar las descripciones de un período,
en parte para distraerme un rato,
anoche cogí y comencé a leer
un volumen de epígrafes de Ptolomeo.
Las exageradas loas y alabanzas
son siempre iguales. La gloria sucede a la gloria,
todos famosos, fuertes, llenos de nobles hazañas;
cada uno de sus actos la cumbre de la sabiduría.
E igual con respecto a las mujeres,
cada una posee la fama de Berenice o de Cleopatra.
Cuando hube rememorado mis recuerdos del período,
habría dejado caer el libro
si una breve e insignificante referencia de Cesarión
no me hubiese inmediatamente detenido.

Ah, ahí estás, con tu indefinido
encanto. En la historia hay tan sólo
unas pocas líneas sobre ti,
de modo que puedo moldearte más libremente en mi pensamiento.
Puedo hacerte bello y sensual.
Mi arte da a tu rostro
un atractivo bello y soñador.

Y tan completamente te he imaginado,
que ayer tarde cuando se apagó
mi lámpara -la dejé apagarse-
creí que entrabas en mi aposento,
parecías estar de pie frente a mí como cuando
entraste en Alejandría al ser conquistada,
pálido y cansado, idealizado en tu dolor
aún esperando que tendrían piedad de ti
los más bajos -aquellos que murmuraban “Demasiados Césares”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario